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domingo, marzo 10, 2013

De Actos y Consecuencias

No puedo escribir sin errar, y es por eso que no tengo miedo a equivocarme cuando lo hago. No quiero mentir, porque la mentira es, en todo momento, un acto provocado y no me puedo deslindar con la misma facilidad de la falsedad que de la equivocación. Esta vez, escribiré sin miedo a equivocarme, y usaré todas mis fuerzas en no mentir. De esta manera, aunque no alcanzará ninguna idea novedosa o correcta, me vencería a mi mismo, pues la necesidad de mentir se vuelve imperante cuando los errores se acumulan en tales cantidades, que las conclusiones obtenidas no pueden aproximarse a lo que uno quiere de si mismo. Siempre he disfrutado de sentenciar las cosas que hay en mi entorno. Objetos, personas y actitudes. Instituciones, gobiernos y grupos sociales. Nunca he tenido cuidado al hablar de estas cosas, y mis declaraciones son tan aproximadas a mis conclusiones, porque no he intentado obtener provecho de las cosas que observo. 
Dicho lo anterior, comenzaré conmigo. Soy un desastre. He llegado a mis veintidós años sin nada. A las personas que en algún momento quise, las abandoné o provoqué que me abandonaran. No soy bueno, como lo pensé por muchos años, cuando guardaba los puños en los bolsillos mientras alguien se disponía a usar los suyos contra mi, y a pesar de que aún llevo las manos en los bolsillos, he encontrado formas, y las he dominado, para acuchillar a las personas. De lo cual se puede deducir, sin mucho esfuerzo, que soy cobarde. Aunque en mis pensamientos por mucho tiempo deseé vivir campañas como las medievales, cuando he estado en ellas, he dado la espalda, incluso cuando mis amigos caían sangrando a mi lado. Y por ello los he perdido, y  también su respeto y cariño. Algo similar ha sucedido con el amor, pues a ninguna de las mujeres que me han y he querido, la he tratado sin miedo a terminar deseando estar con ellas por mi vida entera, y se han alejado igual. No soy entregado, ni siquiera a las cosas que yo mismo he construido. Soy inútil, pues difícilmente puedo hacer algo por mi propia cuenta y sin contar con la ayuda de los demás, ayuda  que es parte fundamental en lo poco que he logrado y difícilmente me imagino lo que sería de mi vida si ellos no estuvieran ahí en el momento adecuado. Sin embargo también soy mal agradecido. Y orgulloso, por lo cual no valoro las cosas recibidas, y las he usado sin cuidado, terminando por deshacerme de la mayoría de ellas. No han sobrevivido al paso de los años, ni libros, ni fotos, ni regalos. Mi cuarto está prácticamente vacío, y las pocas cosas que conservo, las que son en verdad valiosas, están descuidadas y en completo desorden. Sin embargo adoro el orden, quizá porque es algo que yo mismo no poseo. En algún sentido, adoro todas las cosas que no poseo, y las que tengo, no las quiero por el simple hecho de tenerlas. Entonces, también soy un desgraciado. Me gusta arriesgarme sin sentido, pues como la vida que llevo tiene mucho de miserable, no me preocupo en absoluto por mantenerla. Vivo por que estoy vivo y ya. Ergo, también soy estúpido. Sin quererlo he llegado a convertirme en todas las cosas que desprecié desde que tuve conciencia de mi mismo. 

Y sin embargo, duermo tranquilo, y rara vez tengo sueños y jamás pesadillas. Respiro con alegría y disfruto mucho de comer, de andar por la playa y de ver las nubes como si fuera un niño chiquito. He actuado groseramente con la vida, pero hasta cierto punto, creo que lo he pagado todo. Podría ser que mi cuerpo se encuentre ya se encuentre dañado por lo recibido, y que la muerte ya esté agendada para mi.  Pero lo cierto es que tengo más cicatrices que heridas. Les he tomado el gusto, pues casi todo lo que he hecho es dejarme golpear por la vida. Entonces también soy un perdedor. He aprendido a vivir conmigo, con mi forma de masticar y mi desesperación al tragar cualquier cosa, incluso saliva. Mis pies planos me duelen mientras camino, y mis hombros me calan cuando los enderezo, tengo apariencia de cadáver más de veinteañero. 

Y así, he llegado, a este preciso momento, siendo malo, inútil, orgulloso, cobarde, miserable, estúpido y desgraciado, y lleno de cicatrices y sin dejar cicatrices en ningún lado. Y descubro que yo no he pasado por la vida, sino que ella ha sido la que me atravesó a su gusto, sin encontrar resistencia efectiva de mi parte. Pero, curiosamente, no pasó lo suficiente para acabar conmigo. Y no es que me haya mantenido al margen de los peligros, pues incluso he buscado las zonas de conflicto y me he hundido en ellas deseando encontrar una bala perdida, sin éxito.  

Y ahora estoy molesto conmigo. No puedo negarlo. He ganado que la vida me aparte de todo lo bueno, y así ha sido. Ni amor, ni gloria, ni riqueza. Tampoco consuelos falsos, porque olvidé mencionar, que después de tantos conatos de muerte, contrario a los que muchos declaran, mi ateísmo se ha reforzado. Así que además de vivir infeliz en esta vida, de haber otra esperando a los que rezan en la mañana y antes de dormir, no encontraré otra cosa que el infierno. 

Pocas batallas y todas perdidas, pudiendo solo jactarme de haber aprendido algunas cosas, y de pellizcarle la existencia a muchas personas amables, pues también soy un inquilino incómodo, pero ya no escribiré más sobre mis defectos, que son muchos y lo abarcan casi todo, y quiero aclarar, que amedrentado y no como estoy, la vida me ha hecho más cosquillas de las que puedo soportar. 

Hace no mucho tiempo que busco participar de la vida, y pasé algunos meses bajo castigo, intentando comprender como es que llegué tan lejos de lo que inicialmente quería. Pero bueno, llegué lejos, y a estas alturas, eso es lo que más importa. Y no tengo las buenas costumbres y ni buenos tratos que los demás disfrutan y gozan, pero tengo otros menos decorosos y más eficaces. Jamás me imaginé mirarme en un espejo y sentir tanta tristeza, por haber entregado mi vida a lo que más detestaba. Pero es mi vida, y así como es he aprendido a disfrutarla. Y me encantaría seguir declarando todas mis alegrías, pero es una de las pocas cauciones que he tomado en cuenta de mis externos. Hoy, definitivamente, no tengo nada en las manos, sin embargo las conservo, y voy a usarlas. Y también tengo las ideas que he tenido, pues muy pocas de ellas se han debilitado con el paso de los años, aunque algunas se han comido a otras. Y la voz, como el mejor instrumento para actuar en el entorno. Así, siendo mis ideas, mi voz y mis manos las únicas cosas útiles que conservo, y con mis características antes mencionadas, me dispongo a participar de lleno, no en la vida, subjetiva y metafísica sino en la mía. Sin nada que perder, y con mucha cobardía.

Alea Jacta Est.