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martes, octubre 26, 2010

Del Hombre Ante Sus Limites

¿Has sentido alguna vez la necesidad de caminar sin rumbo? Hoy fue necesario que lo hiciera, pues no encontré rumbo alguno que me convenciera. No fue una actitud curiosa, tampoco fue un intento desesperado para expresar mi libertad. Llegó el momento en que la concentración de sangre en los parpados y las sienes me obligó a buscar un punto en la distancia, tratando de no darme cuenta de lo que estaba sintiendo. Pero si es fácil evitar llegar a esto, mediante una vida libre de convicciones, es inevitable cuando, tras una tremenda decepción, tus sensaciones van explotando adentro de ti sin tregua. No paso un segundo para que mi vista se nublara, y no tardo más el mundo para quedar sin color. ¿Qué puedes hacer cuando has perdido todo deseo y solo te quedan ganas de caminar sin rumbo? Puedes limpiarte los ojos. Contrario a la opinión de algunas personas, nunca me he considerado fuerte, y si en algo soy fuerte es tan solo para retrasar la sensación de flaqueza. Así vi pasar ante mis ojos nublados los anteriores sueños corriendo hacia alguien más, huyendo de mi cabeza como se huye de un barco que está a punto de hundirse. Pero, ¿qué más puede suceder cuando has decidido que ya no estás dispuesto a luchar por nada y lo único que quieres es la paz de los cobardes? Nietzsche no se equivoca, la esperanza es sin duda alguna el peor mal del hombre. Junto a ella caminan el idealismo y lo mítico, eso que siempre estás dispuesto a llevar a cabo sin que se presente oportunidad alguna para hacerlo. Y podría llegar a ser aun peor que la esperanza. ¿Que espero de estos días en los que las nubes están cargadas de nostalgia y el viento suave de la mañana es lo único que intenta darme consuelo? Espero que den lugar a los aires fríos de invierno, y es que nunca los había esperado tanto como ahora, y es que nunca el calor del aire me había espetado con tanta crudeza, afirmando que no está dispuesto a regalarme su tibieza.